lunes, 6 de septiembre de 2010

DISCURSOS


La columna de  el día de hoy 6/09/10  de Jacobo Zabludovsky, me gustó
De discursos

Envuelto en las más oscuras tinieblas del siglo XX, Winston Churchill no ocultó la realidad a su pueblo.

“Defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste; lucharemos en las playas, lucharemos en los lugares de desembarco, lucharemos en los campos y en las calles, lucharemos en las colinas. Jamás nos rendiremos”.

El guía de naciones acababa de advertir sin tapujos que no tenía nada más qué ofrecer a sus compatriotas que sangre, sudor y lágrimas. En esa fracción de segundo en que el hombre se asomó al abismo como en ningún otro momento de su historia, Churchill se elevó sobre las ruinas de Londres y orientó a su pueblo con la convicción de un pastor bíblico, diciéndole la verdad, pudiendo hacer lo contrario: engañar a los asediados ingleses con frases de consuelo que pintaran un paisaje tranquilizador, plácido, rosado. Para levantar la moral.

Cuando todos daban a Inglaterra por vencida, Churchill actuó de tal manera que decidió el curso de la guerra hasta lograr la derrota incondicional de sus enemigos y cambiar el destino de la humanidad.

El jueves pasado el presidente Felipe Calderón pronunció su mensaje con motivo del cuarto Informe de Gobierno ante un país agobiado durante el sexenio por plagas que van desde una epidemia hasta la matanza de 72 personas inocentes y pobres, pasando por una devaluación, incendio de una guardería, casi 30 mil muertos en una guerra abierta entre policías, soldados y delincuentes. Y no hablemos de inundaciones, derrumbes y accidentes de minas y aviones. Me hubiera gustado que su discurso tuviera un poco más de autocrítica y un poco menos de llamados a la unidad, reiterados con insistencia en su mandato, unidad que hasta la fecha no sólo no se ha logrado sino que se ve más lejana que hace cuatro años.

Recordé a Churchill y sus palabras de caudillo. No pretendo, por supuesto, comparar épocas, lugares, circunstancias y personajes. Los tiempos que vive México, difíciles y borrascosos, no son comparables a los de Londres bajo la blitzkrieg, cuando los aviones nazis dejaban caer explosivos de todas clases, día y noche, y se estrenaban sobre la población civil las bombas voladoras. Tampoco me atrevo a comparar la guerra contra el poderío de las naciones del Eje, en la que Gran Bretaña combatió sola durante largo tiempo, con la que se libra en México contra narcotraficantes y otros rufianes, aunque se acumulen unos 30 mil muertos. Las circunstancias, obviamente, son otras. Y para terminar el párrafo de las imposibles comparaciones, ni siquiera he pensado en el remoto caso de contrastar las personalidades de mister Churchill y don Felipe, entre otras cosas porque este último nunca ha sido visto fumando puro.

Lo que sí creo es que la lección de Churchill merece ser aprovechada para nutrir las arengas políticas de realidades, por crudas que sean, de verdades que tal vez no acarreen votos y de cifras adecuadas a las pruebas que todos los días tenemos ante nuestros ojos.

El señor Calderón habla de cambios, de transformaciones profundas, pero habría de habernos ilustrado sobre la forma y lapsos para alcanzar esas metas. Habla de combatir la pobreza extrema, pero debió habernos dicho cómo se logrará en lo que resta de su gobierno, si en lo transcurrido, dos tercios, no se palpa un retroceso de la evidente miseria sino un avance que alcanza a la mitad de la población. Habla de cerrar la brecha entre la política y la sociedad, pero debió explicarnos qué quiso decir. En cuanto al combate a la criminalidad quisiéramos compartir su optimismo, pero la montaña de cadáveres nos impide ver claro.

Lamentamos algunas omisiones, la más notoria: una definición de respeto al Estado laico, amenazado en su administración como en ningún otro momento desde la guerra cristera. No es cosa menor la ofensiva lanzada contra el laicismo. “Es una jalada el Estado laico”, decía el obispo en Ecatepec mientras el Presidente cometía el pecado de omisión en su discurso palaciego. Presionados por la oportunidad que se les está agotando, aceleran con angustia sus proyectos de recuperación, protegidos por la aparente indiferencia del régimen.

Respecto a la transición de la televisión analógica a la digital, sabemos bien que Dios está en los detalles. También el diablo.

Recobramos la pompa y circunstancia del viejo rito de los informes presidenciales. Lástima que en este reestreno nos pusieran la misma película de vaqueros que hemos visto varias veces

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