miércoles, 6 de octubre de 2010

Herodoto (484-425 a.C.).
Los Nueve Libros de la Historia.
No tienen médicos (los babilónicos), sino que cuando un hombre enferma lo depositan en la plaza pública, y los transeúntes se acercan a él, y si alguien ha padecido alguna vez su enfermedad o sabe de alguien que la haya sufrido, le aconseja, recomendándole que haga cualquier cosa que le dio buen resultado en su propio caso, o en cualquier caso conocido por él. Y a nadie se le permite pasar por donde se encuentra el enfermo en silencio sin preguntarle cuál es su enfermedad.
La medicina se practica en Egipto según un plan de especialidades. Cada médico trata una sola enfermedad y ninguna otra. Así, en el país hormiguean los practicantes de la Medicina; algunos se encargan de curar las enfermedades de los ojos, otros las de la cabeza, otros las de los dientes, otros las de los intestinos y algunos se encargaban de aquellas que no son focales.

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645).
Si quieres ser famoso médico.
Si quieres ser famoso médico, lo primero lindo mulo, sortijón de esmeralda en el pulgar, guantes doblados, ropilla larga, y en verano sombrerazo de tafetán; en teniendo esto, aunque no hayas visto un libro, curas y eres doctor. Y así andas a pie, aunque seas Galeno, eres platicante. ¡Oficio docto, que su Ciencia consiste en la mula! La ciencia es esta: dos refranes para entrar en casa: el obligado "¿qué tenemos?"; el ordinario "Venga el pulso". Inclinar el oído. "¿Ha tenido frío?"... Y si él dice que sí primero, decir luego: "Se echa de ver; ¿duró mucho?", y aguardar que diga cuánto y luego decir: "Bien se conoce; cene poquito; escarolitas, una ayuda", y si dice que no la puede recibir, decir: "Pues haga por recibirla". Recetar lamedores, jarabes y purgas, para que tenga que vender el boticario y padezca el enfermo. Sangrarle y echarle ventosas; y hecho esto una vez, si durase la enfermedad, tornarlo a hacer hasta que o acabes con el enfermo o con la enfermedad. Si vive y te pagan, di que llegó la hora, y si muere, di que llegó la suya. Pides orines, haz grandes meneos, míralos a lo claro y tuerce la boca, y sobre todo, advierte que traigas grande barba, porque no se usan médicos lampiños y no ganarás un cuarto si no parecieres limpiadera. Y a Dios y a ventura: aunque uno esté malo de sabañones, mándale luego confesar y haz devoción de ignorancia. Y para acreditarte de que visitas casas de señores, apéate a sus puertas, entra en los zaguanes, orina y tórnate a poner a caballo, que el que te viera entrar y salir no sabe si entraste a orinar o no. Por las calles ve siempre sorriendo y a deshora, porque te jusguen por médico que te llaman para enfermedades de peligro. De noche haz a tus amigos que vengan de rato en rato a llamar a tu puerta en altas voces para que lo oiga la vecindad. "¡Al señor doctor que le llama el Duque!" "¡Que está mi Señora la Condesa muriéndose!" "¡Que le ha dado al señor Obispo un accidente!". Y con esto visitarás más casas que una demandadora, quedarás acreditado y tendrás horca y cuchillo sobre lo mejor del mundo.
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Ramón Gómez de la Serna (1888-1963).
El Doctor Inverosímil.
Tuve una enferma que volvió a verme después de curada, muy indignada conmigo y pidiéndome que le devolviese su enfermedad, la que le había quitado; se sentía de más en la vida sin su enfermedad, yo la había estafado; era como si yo la hubiese hecho abortar a su hijito, el hijo de su solteronía que suele ser una enfermedad. La despedí con buenos modos, sin indignarme, diciéndola que probablemente se reproduciría.
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La confidencia de aquella esposa del americano de la ciudad más calurosa del Sur, me dejó preocupado: "Déme usted algo con que quitarme el calor -me dijo-. Mi esposo, hasta en estos días de calor se echa varias mantas y me asfixia". Realmente, aquello era pavoroso. Yo la recomendé el divorcio. No había otro sistema.
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A aquel pobre cura que se ponía la casulla del siglo XVI en la iglesia del pueblo, le hice vender a los anticuarios la hermosa casulla y comprarse una nueva. Le hubiera matado aquella casulla de terciopelo, en cuyo terciopelo estaba metida la sutil caspa fatal. Ya había matado en tres años a cuatro curas.
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