jueves, 27 de enero de 2011

Don Samuel Ruíz


PARA UN GRAN NÚMERO DE MEXICANOS Y PERSONAS RESPONSABLES DE LA HUMANIDAD, EN TODO EL MUNDO, EXISTE UNA PROFUNDA TRISTEZA POR EL FALLECIMIENTO DE DON SAMUEL RUÍZ, ESTA EDITORIAL DEL UNIVERSAL DEL DÍA DE HOY, EN FORMA BREVE, NOS DICE QUIEN ES DON SAMUEL.

Don Samuel, obispo de los pobres
Alfonso Zárate


El 28 de octubre de 1958, reunido para elegir al sucesor de Pío XII, el cónclave cardenalicio designó a Angelo Giuseppe Roncalli. Hijo de una humilde familia de labradores de Bérgamo, el entonces patriarca de Venecia adoptaría el nombre de Juan XXIII.

Elegido como una suerte de “papa de transición” —su avanzada edad (77 años) anticipaba un periodo relativamente corto tras las casi dos décadas de su predecesor—, el papa Roncalli sacudió la conciencia del mundo católico.

 En su encíclica Mater et Magistra (1961) ofrecería la clave de un pontificado que no rebasaría un lustro: “Todos somos responsables de los pobres del mundo”.

 No era la primera vez que estas palabras resonaban en los templos vacíos del Vaticano. Siete décadas antes, en 1891, León XIII había denunciado las enormes distancias entre dos clases de ciudadanos: una, poderosísima por ser inmensamente rica, que atrae a ella, en su propia utilidad, las fuentes de toda riqueza; la otra, la más numerosa, pobre y débil, con el alma herida y dispuesta siempre a la revuelta. La llamada de alerta, sin embargo, había caído en terreno infértil.
No ocurrió así con los mensajes de Juan XXIII, que desataron dinámicas de cambio en una década de grandes transformaciones políticas, sociales y culturales.

 En 1962 inician los trabajos del Concilio Vaticano II: un auténtico sismo que modificaría la estructura y el pensamiento de una institución esencialmente ajena al espíritu y las necesidades del mundo moderno.

 A la muerte del papa Bueno, su sucesor, Pablo VI, continuaría el trabajo de aggiornamento y mantendría el compromiso social. Así lo demuestra la encíclica Popularum Progressio (1967), en la que analiza la injusticia que priva en el trato entre las naciones.

 “El desequilibrio en las relaciones económicas internacionales —afirma— determina la miseria en los países pobres que pagan con su hambre, sus enfermedades y su ignorancia, la plétora de las sociedades altamente industrializadas”.

En América Latina las repercusiones del Concilio Vaticano II fueron profundas. En 1968 se reunió en Medellín, Colombia, la II Conferencia Episcopal Latinoamericana (Celam). Frente a una Iglesia señorial y anquilosada, desapegada de la realidad e indiferente al sufrimiento de las mayorías, un sector significativo opone su compromiso con los pobres, marginados, excluidos.

En este clima de sacudidas y revoluciones, el papa Juan XXIII designa a Samuel Ruiz García obispo de San Cristóbal de las Casas (1959). Tenía apenas 35 años y llega a una diócesis de población mayoritariamente indígena, caracterizada por su extrema pobreza. Seguramente la experiencia del Concilio Vaticano II —asistió a sus cuatro sesiones, de 1962 a 1965— caló hondo en un clérigo que procedía del Bajío.

El joven obispo de talante conservador se convertiría, con el paso del tiempo, en uno de los más claros exponentes de la Teología de la Liberación: un pastor que se niega a ser instrumento o cómplice de la dominación; que rechaza predicar la resignación y el sacrificio a los indios sumidos en la servidumbre y la explotación, para asumir el riesgo de convocar a los más pobres a exigir lo justo y modificar la realidad aquí y ahora, en vez de esperar la recompensa en la vida eterna.

Así ocurrió en los altos de Chiapas. No es posible entender la organización de las etnias chiapanecas en la defensa de sus derechos y dignidad sin el magisterio de don Samuel a lo largo de 40 años al frente de la diócesis de San Cristóbal.

 Tampoco se explicaría la insurgencia indígena que irrumpió el 1 de enero de 1994 y que le recordó al país que la llegada a los jardines del Primer Mundo, celebrada por el salinismo y sus aliados, no era más que un espejismo. Que México seguía siendo un país profundamente injusto y que los pueblos indígenas seguían siendo víctimas de discriminación y pobreza extremas.

Con don Samuel, la pastoral indígena asumió a las comunidades como sujetos y no meros destinatarios de la evangelización. Sus denuncias inquietaban a los poderosos y exhibían a los administradores de la transa. Por eso, Girolamo Prigione llegó a México con dos encomiendas mayores del Vaticano: revertir los artículos de la Constitución que limitaban el poder de la Iglesia católica y desarticular los reductos de la Teología de la Liberación. El nuncio de finas maneras y aviesas intenciones logró su cometido.

No obstante, el compromiso de don Samuel con los pueblos indios se mantuvo inalterado. Denunció una y otra vez injusticias, masacres, despojos, discriminaciones. Todo esto le valió que lo llamaran “Tatic”, padre en lengua tzotzil. Hoy en el Vaticano lo reconocen como “obispo de los pobres”.

Descansa en paz.
Twitter: @alfonsozarate
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario


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