domingo, 22 de mayo de 2011

¿Y EL PAPEL HIGIÉNICO?

Este es un ensayo que en noviembre de 1991, Octavio Rodríguez Araujo, escribió en la Jornada Semanal. A mi me pareció estupendo y lo guarde, hoy después de 20 años lo encuentro  al estar depurando y lo transcribo.
Espero que sea tan interesante para ustedes como lo ha sido para mí.

¿Y el papel higiénico?
¿Cuál es el origen del papel higiénico? Esta pregunata hasta hoy no contestada, es el tema de este original ensayo.

Patrick Süskid ubica el nacimiento de Jean-Baptiste el 17 de julio de 1738. Siendo Jean-Baptiste un niño de pecho, que todavía no puede fijar su mirada, es abandonado con el padre Terrier por su nodriza. El padre Terrier lleva al niño con otra nodriza y, al regresar al convento, “se despojó de sus ropas como si estuvieran contaminadas, se lavó de pies a cabeza y se acostó en su celda…” (p.23, las cursivas son mías).


Georges Vigarello ( lo limpio y lo sucio, la higiene del cuerpo desde la edad media, Madrid, Alianza Editorial, 1991, p. 124) señala que si bien desde el segundo tercio del siglo XVIII el baño tiene una nueva presencia, ello no significa “que se haya convertido en algo corriente, ni siquiera que la limpieza sea el objetivo explícito del baño”.

El autor de El Perfume tiene razón, ciertamente, al escribir que “En la época que nos ocupa reinaba en las ciudades un hedor apenas concebible por el hombre moderno… Hombres y mujeres apestaban a sudor y a ropa sucia; en sus bocas apestaban los dientes infectados , los alientos olían a cebolla y los cuerpos, cuando ya no eran jóvenes, a queso rancio, a leche agria y a tumores malignos” (p. 9). Pero no dice por qué apestaban así.

La razón es porque entonces el baño no estaba concebido como parte de la higiene del cuerpo, ni siquiera entre la nobleza y la burguesía , menos todavía entre clérigos del convento.

Al parecer Vigarello tendría razón  y no Süskid, ya que el primero ha estudiado a profundidad el tema y el segundo es un novelista, magnífico, pero no un investigador  sobre la higiene.

La lectura del libro de Vigarello es consecuencia de una curiosidad compartida con un amigo que actualmente vive en España. A este amigo le pedí que, en sus tiempos libres que le dejara su actividad diplomática , tratara de averiguar en que época  fue inventado el papel higiénico.

Me ha escrito, acompañando su carta con el libro de Vigarello, para informarme que ha leído La Historia de la vida privada dirigida por Georges Duby y la Historia de los europeos  publicados por la Editorial Sistema , y que en estos textos no se menciona el papel higiénico.

Ha consultado, asimismo, con los empresarios de Loreto y Peña Pobre y con los fabricantes de papel en Asturias; ambos confesaron que ignoraban el origen histórico del papel higiénico, según me cuenta mi amigo en su carta.

Yo por mi parte, leí La vie en France au moyen age del historiador Charles-Víctor Langlois, en 4 tomos, referido a los siglos XII a XIV a través de los escritos mundanos (esto es, no religiosos) de la época, con transcripción al francés moderno, que ilustra sensaciones, costumbres y hábitos, vestidos, tipos de comida y demás asuntos, pero ninguna referencia a la higiene de esas partes relativas al uso actual del papel higiénico.

El libro de Vigarello, que expresamente está dedicado al estudios de la higiene del cuerpo, tampoco nos dice nada del papel higiénico. Este autor señala que “una historia de la limpieza debe ilustrar, primero, como se van añadiendo paulatinamente unas exigencias a otras”, y aquí es donde uno esperaría algún dato sobre el surgimiento del papel para fines higiénicos, pero su estudio gira, más que todo, en torno del agua y de sus usos en relación con el cuerpo humano. Y se adentra a su historia diciendo que “el agua se percibe en los siglos XVI y XVII como algo capaz de infiltrarse en el cuerpo, por lo que el baño, en el mismo momento, adquiere un estatus muy específico”.

Con esas creencias de permeabilidad de la piel , el agua y el aire podían ser más riesgosos y, además, el agua caliente debilita los órganos y abría los poros, con lo que se vulneraba la salud.

DE aquí que en el siglo XVII la limpieza estaba asociada a la ropa limpia y a la apariencia externa, con independencia de la saludo de los bichos que pudieran poblar a un ser humano. Un pasaje citado de una obra de principios del siglo XVII decía: “Conviene prohibir  los baños, porque, al salir de ellos, la carne y el cuerpo son más blandos  y los poros están más abiertos, por lo que el va`ppor apestado puede entrar rápidamente  hacia el interior del cuerpo y provocar una muerte súbita, lo que ha ocurrido en diferentes ocasiones”.

El baño, entonces, debilita, provoca “imbecilidad” y “destruye fuerzas y virtudes”, se leía en textos del siglo XVI, aunque hay indicios de que en épocas anteriores el baño era práctica corriente, pero no en relación con la higiene sino como placer.

El aire sobre todo en los tiempos de las epidemias de peste, llegaba a ser tan malsano en las creencias de entonces que una de las principales prevenciones estaba en la ropa: “vestidos lisos y herméticos, totalmente cerrados , sobre todo alrededor de esos cuerpos demasiado frágiles”, y en evitar el baño por aquello de la dilatación de los poros de la piel.

La ropa, la apariencia externa sería sinónimo de limpieza por mucho tiempo, pero no la higiene, como lo revela el siguiente pasaje: se consideraba indecoroso “y poco honesto rascarse la cabeza mientras se come  y sacarse del cuello o de la espalda piojos y pulgas  u otra miseria  y matarla delante de la gente”.

En lugar de bañarse y desinfectar el cuerpo y la cabeza para desembarazarse de esos bichos, los europeos de los siglos XVI y XVII se cambiaban de ropa. Lo más que se limpiaban  con aguan era el rostro y las manos.

Con el tiempo, y dado el papel otorgado a la ropa, especialmente blanca, los trajes dejaron  ver la indumentaria interior. Se asociaba lo blanco a lo limpio y la ropa y la ropa interior a la higiene: “Como la ropa blanca purifica los cuerpos, también los aligera y hace que los excrementos y las materias de la grasa  se exhalen más fácilmente para adherirse a ella”, de donde se desprende  que la ropa interior blanca  hacía las veces, por adherencia, del papel higiénico.

El olor, obviamente, no estaba asociado a la limpieza, sino solamente el color, la apariencia visual.

Esta, la apariencia, significó limpieza también en los afeites y en uso de polvos en el pelo. “Cuando se trate de dar flexibilidad a los pelos de la cabeza –se escribía en 1632- habra que emplear el lavado con gran prudencia…es mejor utilizar fricciones  con salvado de trigo tostado en la sartén… o polvos desecativos y detersivos en el momento de acostarse, y por la mañana se debe quitar con el peine”. (Ahora se usa, en Estados Unidos, Psssssst Clairol, Instant Spray Shampoo for extra oily hair que evita el uso del agua para limpiar el cabello), Era el tiempo en que, a los afeites y al empolvado del pelo, se añadía perfume. Limpieza relativa solo de lo que se ve, y perfume para lo que no se ve, sintetizaría.

El baño con agua comienza a ganar carta de naturalidad en el segundo tercio del siglo XVIII. Lo que no quiere decir , señala Vigarello, que “se haya convertido en algo corriente, ni siquiera que la limpieza sea el objetivo explícito del baño”.

Los ricos habían de incluir, junto a su recámara, una sala de baño, pero sólo los muy ricos: menos de un hotel particular de cada diez en Paris, poseía baños a mediados del siglo XVIII.

La incorporación del bidet para el aseo íntimo aparece alrededor de 1730, pero no sólo era usado por las damas  de la aristocracia, también por los señores. Su utilización no era generalizada, era más bien un artículo de lujo y no siempre privado como pudiera pensarse.

El bidet dio pie a la relativa generalización de la limpieza sectorial del cuerpo en el tercer tercio del siglo XVIII. Esta práctica resultó ser un avance considerable: no sólo la apariencia sino la salud y las molestias  de los malos olores.

Le conservateur de la santé (1763), citado por Vigarello, describe los riesgos de quien no se lava esas zonas particulares y ocultas: “Si la transpiración o el sudor permanecen en esas partes (axilas, ingle, zona del pubis, partes genitales, perineo, la entrenalgas o la hendidura), el calor los exalta, y, además del mal olor que se desprende y que se va extendiendo por todos lados, una parte de estas exhalaciones y de lo que las compone regresa por los vasos absorbentes y entra de nuevo en la circulación en las que daña y dispone los humores a la putrefacción”.

Esas partes hay que humedecerlas regularmente con una esponja, se leía en El médico de señoras en 1772. DE aquí se paso a la higiene de las zonas íntimas del cuerpo y al uso, por primera vez, de espacios denominados “apartamientos excusados”, sitios privados para la higiene íntima a finales del siglo XVIII. A estos sitios se les denominó “lugares a la inglesa” consistentes en un lugar fijo y cerrado para las funciones naturales, en lugar de la silla agujereada, con una válvulaque “obstruye el agujero para evitar el retorno de los olores”.

No hay papel higiénico todavía, pero se usa el agua, como hasta la fecha en India, pero sólo con la mano izquierda según testimonio de otro amigo diplomático que vivió en ese país durante un año.

Empero, no de be pensarse que el uso del baño fuera generalizado a finales del siglo XVIII. El baño, para esas fechas, pertenecían más al manual del médico que al manual de urbanidad. “A fines de los años 1770 los tratados técnicos siguen siendo evasivos sobre el ritmo de los baños, señala Vigarello: “Cada cual se construye una regla particular para los baños:  unos toman uno cada ocho días, otros cada diez días, otros cada mes y algunos cada año, durante ocho o diez días seguidos, en una temporada más apropiada”.

En los años ochenta pero del siglo XX, en Paris, había un spot de televisión antes del inicio del ciclo escolar que explicaba que aún los niños limpios que se bañaban cada ocho días  podían tener piojos, por lo que se recomendaban insecticidas para combatirlos, y se anunciaba una marca que ya no recuerdo.

Fue también a finales del siglo XVIII cuando se inició la preocupación por la higiene pública, aunque esta se desarrolla plenamente en el siglo XIX. Es precisamente en 1786 cuando se transfieren los restos del famoso cementerio de los Santos Inocentes a las canteras subterráneas de Paris, como bien describe Süskind En El Perfume.

En esa época se inicia también la aireación de la ciudad, entre otras razones para combatir los malos olores de las zonas pobres donde la higiene mediante el baño y los excusados privados no existían. Se buscará la alineación de las construcciones y la ampliación de las calles para que circule mejor el aire.

Se llegó a proponer la construcción de máquinas para agitar el aire(ventiladores, les llamaríamos ahora) y grandes palas movidas por la fuerza de los ríos para expulsar el aire. Entonces era el hedor que contrastaba con una burguesía que poco a poco adoptaba la práctica del baño; ahora, en ciudades como México, es la contaminación. Quizá por este viejo antecedente se le ocurrió a Heberto Castillo proponer la apertura de túneles  en los cerros que rodean al Distrito Federal.

El cuarto de baño, propiamente dicho, con agua corriente y desagüe, “comienza a verse en algunos edificios de pisos, a partir de 1880”, el modelo es el de los hoteles estadounidenses que, “a fines de siglo, seducen a todo visitante europeo”. Sin embargo, el baño era de tina todavía. La ducha, ya utilizada desde mediados del siglo XIX, era instrumento de baño en el ejercito y en la cárcel. Mucho tiempo después sería, como ahora, usado para fines particulares.

El excusado con agua corriente pertenecerá también al tiempo de agua entubada y al drenaje unifamiliar. Pero el uso del papel higiénico no aparece en este libro ni en ningún otro de los hasta ahora consultados.

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