Los invito a leer una esta conferencia de uno de los personajes más influyentes en el ambito del periodismo de nuestro pais, denostado por unos, elogiado por otros, sin embargo, es reconocido por su calidad profesional . me parece excelente . Y me refiero a Jacobo Zabludowski
CONFERENCIA INAUGURAL DEL SEMINARIO
INTERNACIONAL SOBRE “EL ESPAÑOL EN LOS
NOTICIARIOS DE TELEVISIÓN A AMBOS LADOS DEL
ATLÁNTICO”
MONASTERIO DE SAN MILLÁN DE LA COGOLLA
(LA RIOJA, ESPAÑA)
26, 27 Y 28 DE ABRIL DE 2007
Señores
P.D. Juan Ángel Nieto,
Prior del Monasterio de Yuso
D. Víctor García de la Concha,
director de la Real Academia Española y presidente de la Fundéu
D. Alex Grijelmo,
presidente de la Agencia EFE y vicepresidente de la Fundéu.
D. Luis Fernández,
presidente de la corporación RTVE.
D. Alejandro Echevarría,
presidente de Telecinco.
D.Francisco González
presidente del BBVA
D. Gonzalo Celorio,
secretario de la Academia Mexicana de la Lengua.
D. Pedro Sanz.
presidente de la Comunidad Autónoma de la Rioja y de la
Fundación San Millán de la Cogolla.
Señoras y señores:
Cogolla me dice la palabra. Cogollo: centro macizo, interior
del fruto de la tierra. Lo mejor, lo escogido. Parte alta de la
copa del pino. San Millán de la Cogolla. Sitio cuyas
resonancias pretéritas me traen los esplendores del verbo
hasta los actuales días de la historia del idioma al cual
pertenecemos. Estar aquí es asomarse a un balcón desde
donde se miran el origen y el tiempo. Es regresar al principio,
al pergamino. Es una aventura hacia la carrera de nuestra
palabra. Es abrazar el códice y la computadora.
En el principio –dice el Génesis- fue el verbo. Y en el curso de
la vida y al final también, diría yo. El último aliento, las
últimas palabras. Por y para eso el verbo se hizo hombre.
Yo soy mi lengua, nos enseñó Unamuno y quizá en esa
síntesis guardaba todos los valores del idioma: a un tiempo
declaración de origen, identidad y también puente hacia el
prójimo. Por las palabras somos, nos conocemos y nos
reconocemos. Por ellas llegamos y dejamos el pensamiento y
el sentimiento. Somos palabra en piedra de catedral, en el
papiro egipcio o en el amate de los indígenas mexicanos.
No ocuparé el tiempo que tan generosamente me han
ofrecido con estas disquisiciones acerca de la palabra como
punto de partida y destino del ser humano. Me han pedido
exponer mis opiniones en torno al lenguaje y los noticiarios
de la televisión.
Como bien saben no puedo presentarme en este simbólico
lugar (ni en otro alguno) sino con mi única credencial: soy
periodista desde hace más de sesenta años y he sido hombre
de la imagen y los medios electrónicos desde el nacimiento
de la televisión en México –como en casi todo el mundo- a
mediados del siglo pasado.
A lo largo de ese tiempo en mi país y en otros he visto cómo
un ingenio de transmisión de imágenes y sonidos se ha
convertido en la realidad paralela de la vida humana. No sé
si en la realidad dominante o en la virtualidad dominada
puesto que los papeles se combinan mientras se desarrolla el
drama.
Si la lectura tempranera del diario fue durante mucho tiempo
–lo dijo Hegel- la oración matutina del hombre
contemporáneo, las horas y horas de televisión son cualquier
cosa menos el sustituto o sucedáneo de la plegaria reflexiva.
La televisión ha cambiado más la percepción y apreciación
del ser humano sobre sí mismo y su sociedad –ahora
sociedad planetaria, aldea globalizada-, que cuanto
pudieron hacerlo todas las invenciones de la historia.
Por eso hablar del idioma, lenguaje, educación y cultura por
televisión en el mismo espacio donde fueron conocidas con
asombro las Glosas Emilianenses, me parece juntar los
anillos del tiempo.
Hace más de mil años en este lugar un monje anónimo dejó
escritas las primeras palabras, las más antiguas que
conservamos de nuestro idioma. Palabras sagradas no tanto
por ser plegaria religiosa a Dios omnipotente sino por su
valor de paso inicial en el camino de la lengua que hoy
hablamos más de 400 millones de habitantes del mundo.
Hace apenas diez días se abrió el Centro Internacional de
Investigación de la Lengua Española, CILENGUA, en su sede
central del monasterio de Yuso. Una muestra de libros
impresos en la Rioja en el siglo 16, ejemplares únicos o raros
y un convenio de colaboración para elaborar el nuevo
diccionario histórico de la lengua española, prueban la buena
salud y la fuerza cada día mayor de nuestro idioma. La
colaboración entre la Real Academia Española, la Fundación
San Millán de la Cogolla y el Instituto de Investigación
Rafael Lapesa es la primera etapa del diccionario histórico.
Los monasterios de Yuso y Suso, declarados hace diez años
patrimonio de la humanidad están siendo rehabilitados como
sede principal de las investigaciones filológicas,
lexicográficas y de rescate de los textos que formarán un
patrimonio bibliográfico y documental.
Frente a esta especie de arqueología literaria establecemos
hoy el vínculo entre el monje anónimo del siglo décimo y la
comunicación sin límites del siglo veintiuno. Nos hemos
reunido para analizar el español en los noticiarios de
televisión de los dos lados del Atlántico. Durante tres días
especialistas en el empleo de nuestra herramienta más
valiosa intercambiarán experiencias y conocimientos en
mesas redondas con temas como “los noticiarios de
televisión y su función de maestros de lenguaje”,
“variedades del español de América en los programas
informativos”, “nuevas palabras en los noticiarios” y “cómo
aprovechar los noticiarios para difundir un lenguaje no
sexista”. El último día se verá la propuesta para crear un
grupo de seguimiento, con miembros de España y
Latinoamérica, que atenderá dudas y establecerá acuerdos
sobre las innovaciones que surjan en el trabajo cotidiano de
los noticiarios de la televisión. Será un trabajo arduo pero
ciertamente divertido, como es todo ejercicio de la
inteligencia y de la cultura. Habrá que ver el tema general
sin prejuicios, sin la actitud en parte defensiva de quienes en
el nacimiento de la televisión señalaron sus deficiencias
como medio de educación, lugar común, deporte recurrente
de la intelectualidad en cualquier parte del mundo.
Se ha llegado a sustentar la idea de la forzada involución del
homo sapiens al homo videns por la manera como el hombre
contemporáneo ha modificado su forma de aprehender y
aprender, a veces, la realidad y la cultura.
Del mecanismo mental necesario para interpretar signos
llamados letras, asociarlos, reconocerlos y comprender su
significado, lo cual implica un mínimo aunque real ejercicio
del pensamiento, a la simpleza de ver todo cuanto otros ya
han digerido por nosotros, hay un notorio cambio en las
potencias de la mente humana.
En ese sentido no me atrevo a decir quien ha cambiado más
a la especie humana, si Robert Adler, inventor del mando a
distancia para el televisor, por cuyo dominio han sucumbido
tantos matrimonios, o Johannes Gutenberg con la
propagación de la imprenta.
Seguramente Adler.
Hoy prefiero ver la televisión como la vio con clara
inteligencia José Luis Martínez quien llegó a pronosticar que
la unidad de nuestra lengua va a ser salvada por la
televisión.
Si se me preguntara cuál es la mayor ventaja de la televisión
(y en esto incluyo también a la radio) diría que su amplitud,
extensión, universalidad, simultaneidad, velocidad,
condición instantánea, aún si se trata de sistema de pago o
de señales satelitales medianamente restringidas. Pero si me
forzaran a decir cuál es su mayor pecado sin duda señalaría
que la incapacidad para ofrecer disculpas por sus errores o
pedir permiso por sus contenidos.
Los medios electrónicos en general nunca nos piden
autorización a los ciudadanos para emitir señales y cubrirnos
con mensajes.
En ese sentido todos somos súbditos de un soberano elegible
entre la variedad de autócratas de la imagen. Y cuando se
equivocan, mal hablan, dicen mal, atropellan a la lengua y a
la lógica (hablar bien es consecuencia de pensar bien), todo
queda como si nada.
Quiero suponer en el principio de la industria la
espontaneidad sencilla e inocente de quien se halla de
pronto con un aparato genial cuyos alcances de
esparcimiento son infinitos.
Ese utópico precursor cree, como posiblemente lo hicieron
los fundadores de las televisoras de todo el mundo, en la
obligación generosa de compartir con la sociedad la
seducción de tal hallazgo mágico por el cual la vida humana
se reduce –o se amplía, según se vea-, a las veintitantas
pulgadas de una pantalla en blanco y negro, como era en ese
tiempo.
Sin embargo la buena fe, si alguna vez la hubo, no ha sido
suficiente.
Las televisoras pronto se dieron cuenta de los alcances de su
poder. La nueva realidad implicaba una nueva axiología
social. La persuasión implícita en la atención de los mensajes
de cualquier tipo, convirtió de pronto a la televisión en la
herramienta comercial más poderosa de la historia. Después
en el actor político determinante del buen éxito de los
demás.
En México se desarrolla todavía un debate para saber si la
democracia a la cual hemos arribado se debe a la evolución
de las instituciones políticas o a la abrumadora presencia de
la televisión en los procesos electorales, cuyo resultado se
dirime en los anuncios y no en el contraste de las ideas.
Hoy mismo el alcalde de la capital del país, la ciudad más
grande del mundo, lucha más por lograr una estación de
radio y un canal televisivo para el gobierno de la ciudad y
menos por resolver la falta de agua en un enorme valle
cerrado sin manantiales.
Hay quienes hablan de la “mediocracia” como la nueva
realidad del poder y proponen para su regulación medidas
opuestas y radicales: liberalizar la compra del tiempo hasta
extremos de salvajismo anárquico, sin supervisión ni
autoridad controladora, o de plano prohibir la propaganda
política a través de los medios electrónicos con lo cual se
acabarían la rabia y el perro.
Para analizar esta situación necesito retroceder unos años.
Cuando en México se inició la actividad de las radiodifusoras
y después de la televisión, la sociedad mexicana era recatada
y conservadora. Estaciones como XEB y XEW lograron algo
nunca antes visto en el país: cubrieron con repetidoras la
República, cosa difícil en un país de casi dos millones de
kilómetros cuadrados con más de 30 lenguas autóctonas y
una muy diversa regionalización cultural. Ustedes en España
saben mucho de esto y no necesito profundizar.
Todavía hoy los habitantes de la zona costera del golfo de
México, por ejemplo, hablan y entienden muchas palabras de
manera distinta de como lo hacen quienes viven en la
frontera norte.
En esas condiciones la incipiente industria necesitaba un
lenguaje simple, llano, común, entendible y sin giros
localistas, comprensible en el aula y en el taller.
Hubo reducción del vocabulario y mesurada entonación
para pronunciar. Surgió entonces una nueva clase
social: el locutor casi siempre engolado y teatral cuyo
mérito no consistía en sus ideas sino en la entonación
musical, impecable fraseo, bien lograda dicción, arte
declamatorio hasta para anunciar cervezas, colchones o
chicles.
En esos tiempos los noticiarios estaban restringidos a
pequeñas cápsulas tomadas de diarios o en algunos
casos a la lectura inclemente y directa de los periódicos
en la cabina.
La radio y su hija ilustrada, la televisión, habían nacido
para el entretenimiento, la música, las canciones, los
programas de aficionados o las emisiones de concursos.
Todo eso como hasta ahora, sin las opciones
informativas.
En términos generales la información televisada no ha
logrado combinar la sencillez idiomática con la
corrección.
A veces todavía despierto con palpitaciones ya que en
sueños me persigue una reportera de mi viejo noticiario
informando del excelente proceso “votativo” en las
elecciones, o describiendo en la plaza de toros a un burel
” beige”mientras pasaba por el ruedo un “colorado” o
“castaño”, como los llamamos en mi país.
Los noticiarios de la televisión pasaron por dos etapas.
Cuando los hacían los periodistas de algún diario y
cuando comenzamos a hacerlos quienes vivíamos en la
empresa televisora. Eso determinó muchas cosas, entre
ellas el uso del lenguaje.
La redacción para medios electrónicos no puede ser
igual a la de los medios legibles (algunos de los cuales
dicho sea de paso son ilegibles). La construcción de las
frases no puede incluir tantas oraciones subordinadas;
se debe usar verbos directos, evitar cacofonías y
sinalefas, se requiere precisión y concisión.
Y si he hablado de las sinalefas, permítanme ustedes
una anécdota de Luis Buñuel, el director de cine.
Cuando filmaba una de sus maravillas, le pidió a Luis
Alcoriza, su amigo y frecuente colaborador, director
como dicen los franceses por sí mismo, un auxilio:
-Cuídame las sinalefas.
Alcoriza se desembarazó del encargo y se lo trasladó a un
ayudante suyo.
Cuando al día siguiente Buñuel le preguntó a Alcoriza, éste
mandó llamar al otro:
¿Cuidaste de las sinalefas?
Y éste respondió:
-Si señor, esas bailarinas vendrán mañana.
Pero los pecados gramaticales y faltas de respeto al
idioma por desgracia van mucho más allá. Los
noticiarios han incorporado a la colección planetaria
de los disparates una dotación incalculable de ellos.
Hay un catálogo de necedades abrumadoramente presentes
y si ustedes me lo permiten daré cuenta de algunas cuya
recopilación me ha permitido enterarme de cuántas personas
se han preocupado a lo largo del tiempo por la necesaria
obligación de cuidar la lengua desde los medios de
comunicación.
-Mañana inician los juegos Olímpicos.
¿Quiénes los inician?,¿los deportistas concurrentes, las
autoridades organizadoras?
La verdad el asunto se resuelve con la adecuada conjugación
del verbo transitivo iniciar: -Mañana se inician-.
Otros se llenan la boca de inflamada denuncia cuando dicen
sobre el comercio callejero: han llenado las calles con una
variada “vendimia”, como si tal palabra significara venta
indiscriminada y no recolección en los viñedos.
La ubicación física de los reporteros es también ocasión de
inútil palabrería. Al realizar un enlace telefónico con su
conductor nos dice el reportero:
-Así es, estamos aquí en lo que es la Plaza de la Revolución.
¿Aquí en lo que es?, ¿Podrá alguien estar aquí en lo que no
es?
Los pleitos mortales contra el idioma casi siempre se
resuelven en favor de la condición más permanente en los
medios: la impunidad.
Impunidad no sólo en el manejo casi siempre intencionado
de la información sino en la forma como de ésta se habla.
Esa impunidad la hemos sufrido desde siempre. Y no, nada
puede suceder desde siempre pues la preposición desde sirve
como principio y si algo esta allí siempre, no tiene principio
ni final. Ni desde siempre ni hasta siempre. Otro tanto
sucede con “el desmentido”. Como acción de desmentir es un
sustantivo femenino por lo cual quien ha reclamado una
inexactitud o una mentira en su agravio, nos ha hecho llegar
una desmentida.
Pero hay quien se despaturra y no se despatarra; ve cómo
algo se pone álgido cuando quiere decir cálido y la palabra
significa
lo contrario, muy frío. Algunos dicen ajuarear cuando deben
decir ajuarar; mencionan sin leve rubor “a grosso modo” sin
darse cuenta de la a sobrante y reclaman atención por un
lapso de tiempo como si hubiera lapsos de cualquier otra
cosa como no sea la temporalidad misma.
Otro de los errores es confundir los sustantivos con los
adjetivos. Dicen sin piedad ni recato: el funcionario fulano de
tal ha sido hallado culpable de cometer “varios ilícitos”
cuando en verdad cometió “hechos ilícitos”.
Hay quien confunde un objeto con un delito, por
ejemplo, cuando a la palabra libelo se la usa como
sinónimo de falacia.
-Lo voy a acusar por libelo, dice furioso un abogado.
Pues no; me acusará por libelista, libelo es un escrito
calumnioso, un panfleto.
Hay quien narra cómo el acusado se puso lívido cuando
el juez le comunicó la sentencia, pero la verdad quiso
decir pálido, pues lívido significa amoratado.
Otro elogia los avances de la economía hindú, pero eso
está mal. Puede ser la economía india, el hinduismo no
es un gentilicio sino una devoción religiosa. Se puede
ser indio (de India) y musulmán, así no todos los indios
son hindúes, sufíes, católicos ni cualquier otra cosa.
En el periodismo de las tragedias se habla mucho de la
hecatombe pero no siempre de manera correcta. La
palabra significa cien bueyes y la matanza de éstos era
un ritual romano. Un asesinato masivo podría por
extensión y similitud llamarse hecatombe, pero no es
tal cuando se desborda una represa.
Hay una confusión entre editor y director de un
periódico, y todo gracias a la influencia inglesa. Editar
es producir en la imprenta, coordinar y determinar
contenidos es dirigir una publicación. No editarla.
Se le llama prospecto (Prospect en inglés) a un posible
cliente, cuando en estricto sentido prospecto es un
folleto con anuncios.
Y así podríamos pasarnos todo el día en la recolección
de dislates, gazapos, inagotables joyas de la
imprudencia. De hecho dicen algunos que cada
generación trae sus neologismos y sus giros. Hoy es
una triste cosa ver cómo se confunde al verbo
interpretar con el verbo leer.
Habla el Jefe del Estado y dice cualquier cosa y los
sesudos analistas provenientes casi todos ellos de las
escuelas anglofílicas, seguidos por los conductores de
programas políticos, nos conminan a interpretar y
preguntan severos:
-¿Cuál es tu lectura del discurso? Y no. Quien le dio
lectura fue el orador, el público lo analiza o lo
interpreta.
Mucho más podría decir de estos horrores, como el
señor cuyo anuncio era: "vamos a rifar una
televisión”, en lugar de un televisor. Pero le veo más
interés a buscar y proponer un remedio.
Las sociedades democráticas deberían tener todas un
“ombudsman” de los medios, aunque sólo fuera para
impedir frases o palabras que siendo correctas se
ponen de moda y sustituyen a las tradicionales.
Carga vehicular en vez de tránsito intenso. Ya nadie
va al hospital, va al nosocomio. Los delincuentes ya
no huyen o escapan, ahora se dan a la fuga, y el agua
ya no es agua sino el vital líquido.
Hace muchos años mi inolvidable y querido maestro
José Pagés Llergo me dijo: hace falta un periódico
para defender a la gente de lo que dicen los demás
periódicos. No necesito agregar algo más.
También considero necesario que haya en el interior
de las televisoras (no al interior, como dicen ahora
los locutores) un vigilante de la palabra, el
equivalente de un corrector de estilo, capaz de
enseñar a hablar a quienes lo hacen sin saber. En eso
rendirá un servicio invaluable al idioma la Fundación
del Español Urgente, nacida con gran oportunidad.
Sólo así la radio hablada dejará de ser la radio mal
hablada y la televisión podrá comenzar una necesaria
e inaplazable labor de cooperación en una mejor
distribución de los bienes culturales, empezando por
el principio: por el respeto a la palabra.
Llegó la televisión y muy pronto, de la mano de Edward
Murrow, en los Estados Unidos, la televisión informativa.
Los países hispanohablantes no tardamos mucho en
asomarnos a ese medio mágico y en hacernos de él.
Hispanoamérica, notablemente México, tiene en la televisión
su fuente principal de noticias.
Dejo de lado el papel del lenguaje de la imagen, que
merecería tratamiento aparte: primero tuvimos que
adiestrar el oído a otra manera de decir las cosas. El lector
de los medios impresos tiene la ventaja de hacer una pausa
en la lectura densa, para regresar al inicio del párrafo y
releer el texto una o más veces hasta que logre descifrar la
complejidad de la información. El televidente y para el caso
el radioescucha, no puede volver a oír las frases que estamos
diciéndole.
Lo que los norteamericanos llaman el span de atención, esto
es el tiempo que podemos dedicar a un objetivo, la
concentración que somos capaces de dedicar a un tema, se
ha reducido de manera impresionante. La velocidad de
nuestra vida ha sido trastornada.
Lo anterior nos obliga a dos constantes de la información
televisiva, que se antojan simples e inevitables vistas a la
distancia: la sencillez y la brevedad. Evitar los términos en
desuso y los relacionados con actividades específicas,
médicas, técnicas, jurídicas, o eludir el rebuscamiento en la
redacción de un texto, es una regla muy fácil de explicar
pero para algunos muy difícil de entender. Por otra parte, la
brevedad de las sentencias permite una más fácil
comprensión, que sustituye a la relectura. No es extraño que
algunos conductores de informativos acudan a la repetición
de frases o conceptos, en un equivalente al subrayado de los
medios impresos.
Al querer o no, hemos tenido que incorporar a nuestra habla
términos como videotape, zoom, panning, spot, time slot,
floor manager y tantos otros. Recuerdo cuando España se
resistía a esa invasión lingüística e insistía en usar en lugar
de los vocablos anteriores, videocinta, acercamiento,
recorrido, aviso, horario y regidor de piso.
Tal vez en España se les siga usando, pero ¿con qué palabras
vamos a sustituir el chat, el fax, el forward, el cut and paste,
el full track o el rendering? Para mi tengo que son más
discutibles los términos chatear, forwardear o faxear, que de
todos modos ya están incorporados a nuestro idioma.
Después de todo, al menos en América, toda la revolución
tecnológica viene del Norte y con ella su nomenclatura.
Aún cuando en otras mesas de esta reunión se hablará sobre
neologismos vinculados a la tecnología contemporánea,
quiero mencionar así sea brevemente un caso: el neo
lenguaje, o meta-lenguaje producido especialmente por y
para los jóvenes que se comunican con mucha frecuencia por
el “chat” de las computadoras domésticas o de las cafeterías
Internet. Esta nueva forma de comunicación se ha extendido
a los teclados de los teléfonos móviles o celulares como les
llamamos en México. Digitar frases largas en los minúsculos
teclados es tedioso y complicado. Entonces en lugar de
escribir “que”, los jóvenes ponen sólo una “Q”. Para no
escribir “Te quiero mucho”, ponen las letras T-Q-M. Nada de
“por favor”, no, con una “x” como signo aritmético de por y
un simple “fa”, ya saben el significado.
Señoras y señores, queridos amigos
En el otoño de 1980 el décimo aniversario de un programa de
la televisión mexicana congregó a un grupo de académicos
de la lengua, literatos, filólogos, novelistas, catedráticos,
periodistas de España y América, en la Universidad de
Salamanca. Hoy, 27 años después, al revisar la memoria de
aquella reunión, me asombra el número y la calidad de los
invitados, quienes durante tres días rindieron homenaje a la
lengua española y estudiaron la forma de fortalecerla en el
lugar de su más sólida tradición. El programa era un
informativo a mi cargo llamado “24 Horas” transmitido por
Televisa desde la ciudad de México, que habría de
permanecer en el aire muchos años más, hasta cumplir casi
30.
Entre los asistentes se encontraban don Dámaso Alonso,
presidente de la Real Academia Española, Pedro Amat, rector
magnífico de la Universidad de Salamanca, Fernando Lázaro
Carreter, Juan José Arreola, Luis María Ansón, Juan Rulfo,
Camilo José Cela, Álvaro Mutis, Víctor García de la Concha,
José Luis Martínez, Hugo Latorre Cabal, Francisco Monterde,
Miguel Delibes, Andrés Henestrosa, Torcuato Luca de Tena,
Francisco Umbral, Gonzalo Torrente Ballester, Jesús
Hermida, Silvio Zavala y presidentes de Televisa
encabezados por Rómulo O´Farrill y Miguel Alemán Velasco.
Hoy inauguramos en este lugar donde nació nuestro idioma
un Seminario con la misma intención, la de examinar el
estado de salud del lenguaje frente a la fuerza de la
televisión en el mundo. El recuerdo de Salamanca me parece
oportuno en cuanto a dos características singulares: la
primera, que un programa de la televisión de un país de
América hispana mostrara esa preocupación por el idioma,
principal herramienta de nuestro oficio. La segunda la
similitud de las soluciones que entonces y hoy son
propuestas. Ya se hablaba en Salamanca 80, nombre de
aquella reunión, de la necesidad de un sistema del español
urgente.
Fui invitado como ponente con el tema “El idioma español
como vínculo de unión”. Presenté mi trabajo nada menos
que en el aula Miguel de Unamuno. Han transcurrido casi
tres décadas y hoy lo recuerdo con la misma emoción. En la
primera fila del público se encontraba Camilo José Cela.
Después de las breves palabras de introducción por parte del
joven maestro de la lengua española que presidía junto a mí
el acto, Camilo dijo: “¿Podría tener la palabra un momento?
Es para que conste mi protesta por el nombre que se le da a
la función que usted tan brillantemente acaba de presentar.
Confío en que precisamente en esta ponencia, donde vamos
a hablar del idioma español como vínculo de unión, el
moderador nada tenga qué moderar.
Quiero expresar que el nombre que debería recibir será el de
presidente, puesto que, al no sacar nadie, como creo que
nadie sacará los pies del plato, no tendrá usted qué hacer
como tal
moderador. Querría que, luchando por la unidad del idioma,
empezásemos por hablarlo con corrección y respeto”.
El moderador le contestó a Cela de la siguiente manera:
“Evidentemente que mi función, como la del resto de
moderadores, no es tanto de moderar, cuanto de presidir.
Sin embargo yo quisiera precisar que en efecto la función es
de presidente, pero como la de moderador deriva en este
caso, pienso, de un latinismo muy pervivente, porque el
moderador era realmente en todas sesiones académicas el
preses es decir, que en las reuniones académicas el nombre
de moderador no me desagrada, aunque lo veo desprovisto
de la función de moderar en sentido de quien tiene que
poner coto a alguien que se desmanda. Pero en cambio
encierra esa connotación de “moderator” quien en las viejas
aulas salmantinas y en toda la universidad tenía siempre el
presidente de una reunión
académica que era latinamente designado como “moderator”
o “supremus moderator”.
Esta breve respuesta hecha a bote pronto sólo pudo
formularla un hombre de la cultura de Víctor García de la
Concha, con quien desde entonces me liga una estrecha
amistad. Creo que durante la gestión de Víctor García de la
Concha en la dirección de la Real Academia Española la
institución se amplió y profundizó. Logró modernizar sus
objetivos y en unos cuantos años se multiplicaron los
trabajos de la Real y de las otras 21 academias del mundo
hispánico, se publicaron nuevos diccionarios, se difundió
todo lo que contribuye a cumplir con el lema de la Real casa
y a unificar a todos los que hablamos nuestra lengua. La
presencia de Víctor García de la Concha al frente de la
institución es, sin duda, una de las más fructíferas de su
historia.
El recuerdo del diálogo de Víctor con Camilo no es una
evocación trivial. Confirma la sabiduría de ambos y su
común preocupación por el cuidado en el uso de nuestras
palabras.
El Norte es una constante básica en América Hispana. Es un
imperativo tomar en cuenta en el mapa lingüístico de la
noticia televisada a los habitantes de un importante país
hispanohablante, el de los inmigrantes multinacionales que
viven en el territorio de la primera potencia del mundo.
Mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses,
hondureños, peruanos, dominicanos, boricuas, argentinos,
colombianos, venezolanos y otros.
Durante los últimos veinte años, las televisoras que
transmiten en español en ese territorio han tenido un
crecimiento notable y sus programas informativos han
incrementado su importancia. No es solamente que nuestros
connacionales quieran saber lo que pasa en sus lugares de
origen; es que quieren oír su propio idioma a diferencia de
las inmigraciones de los años veintes del siglo pasado, en
que los checos, alemanes, polacos y rusos que huían del
hambre europea comenzaban a integrarse a su nueva patria
adoptando el lenguaje del lugar, los hispanohablantes
conservan su vínculo lingüístico, aunque inevitablemente se
contamine con el habla del lugar.
El particular idioma español que se habla en los Estados
Unidos, en el que aplicación sustituye a solicitud, aseguranza
se usa para decir
seguro y calificar quiere decir estar apto para algún trámite,
forma parte del lenguaje cotidiano de los medios
electrónicos en Norteamérica. Puede parecernos una
colección de barbarismos y vicios del lenguaje, aunque no
podemos ignorar que es un idioma que cumple con su
función de amalgama social y que debe ser tomado en
cuenta con sus aportaciones a nuestra lengua común.
Es insoslayable llamar la atención sobre los hispano
parlantes de los Estados Unidos, con características que
hacen a este grupo distinto al resto de quienes hablan
nuestra lengua. Son calificados y en realidad lo son como
inmigrantes ilegales, indocumentados, trabajadores
ocasionales y de otras formas adecuadas a sus condiciones
diversas. Es oportuno preguntarnos cual es el futuro de este
nutrido núcleo de hombres, mujeres y niños que hablan
español. Propongo que dediquemos atención especial al
estudio de este fenómeno para impedir la desaparición del
idioma mismo, porque mientras en otros sitios nos
enfrentamos a una penetración de vocablos aislados allá, en
los Estados Unidos, el riesgo es la absorción de un idioma por
otro mayoritario. Recordemos el caso de las Filipinas y, para
no ser prolijos, el de quienes hasta hace poco hablaban
ladino en lugares de Grecia y Turquía. Esta semana le
pregunté a doña Carmen Calvo, Ministra de Cultura de
España cuál es el futuro del español en Estados Unidos. La
respuesta de la señora Calvo fue rotunda: cada vez será más
hablado, no corre riesgo alguno, sólo puede crecer y
fortalecerse, me dijo. No cometo la falta de respeto de
poner en duda lo dicho por la señora ministra. Sin embargo
nunca está de más hacer labor de abogado del diablo y
recetar una cura en salud, que a nadie le viene mal. Un
ejemplo dramático con aspectos similares al del español
actual en los Estados Unidos es el del yidish. Entre 1890 y
1910 arribaron a los Estados Unidos doce millones de judíos
de la Europa Oriental cuyo idioma era el yidish. Entre 1910 y
1920 en el east side, un barrio de Nueva York, habitaban
más judíos que en cualquier ciudad europea. En la segunda
avenida todas las noches levantaban su telón cinco teatros
en yidish. Circulaban cuatro diarios y centenares de revistas
en yidish. En cines siempre llenos se exhibían películas
producidas íntegramente en yidish. Varias radiodifusoras no
empleaban otro idioma. Cientos de miles de habitantes del
barrio nunca aprendieron otra lengua. Se establecieron
imprentas y editoriales y al funeral del escritor Sholem
Aleihem fueron tantos de sus lectores que no cupieron en las
calles. Hoy, cien años después, no hay un solo diario, una
sala teatral o cinematográfica, las películas en yidish son
curiosidades poco visitadas de las filmotecas, no hay
librerías y si queda alguna carnicería kosher en ella no se
habla yidish. ¿No es posible que algo similar pueda ocurrir
con los hispanoparlantes que hoy se entienden y
desentienden en español en Estados Unidos? Pregunté a
algunos judíos de Nueva York qué había pasado. El
holocausto que con el asesinato de millones de judíos
asesinó también al yidish europeo, no influyó en la agonía
del yidish en Estados Unidos, que tenía instituciones
culturales autónomas y una infraestructura que no dependía
del judaísmo europeo. La respuesta más frecuente que oí
fue: el yidish empezó a desaparecer cuando dejamos de
hablarlo en casa. El Consejo Nacional de Población de los
Estados Unidos reconoce 28 millones de personas de origen
mexicano. De esos 28 más de 17 millones nacieron en los
Estados Unidos. Agregue usted que el grupo llamado
Hermandad Mexicana afirma que hay 12 millones de
indocumentados. Otros calculan el doble. En total unos 50
millones. La primera generación de los nacidos en Estados
Unidos es bilingüe. La segunda generación empieza a
abandonar el español porque es el inglés la llave para abrir
puertas de empleos y oportunidades primarias. La tercera
generación habla sólo inglés en el ámbito familiar. Como en
todos los fenómenos sociales las comparaciones entre uno y
otro son relativas, dependen del momento y el lugar y
aunque no se dan con la exactitud de las operaciones
aritméticas, ofrecen lecciones que no pueden ser ignoradas.
De aquí a fin de siglo el español de Estados Unidos puede
haber corrido la suerte del yidish. Sobre todo cuanto tiene
que defenderse de políticos como Newt Gingrish que no es
un político cualquiera, fue presidente de la Cámara de
Representantes y puede llegar a presidente de los Estados
Unidos si primero se realiza su aspiración de ser candidato
republicano el año próximo. Dijo Gingrish que el castellano
es el idioma del gheto y para aclarar agregó: “lo que quise
decir es esto: en Estados Unidos es necesario hablar bien el
inglés para poder progresar y tener buen éxito” y remató así:
“se deben reemplazar los programas de educación bilingües
por cursos intensivos de inglés, para que este sea el idioma
común”.
Observamos contra el español en Estados Unidos la inercia
intrafamiliar y la agresión periférica. No son buenos los
síntomas. Y si alguien considera éste un tema menor,
debemos recordarle que hablamos de un número de
hispanoparlantes que supera con mucho al de los habitantes
de toda España. Apenas estamos a tiempo de empezar una
defensa de nuestro idioma en cada hogar donde se hable en
los Estados Unidos. No tengo remedios fáciles ni soluciones
sencillas. Es una asignatura pendiente para todos nosotros y
propongo respetuosamente a los aquí reunidos,
representantes de las agrupaciones que con tanto esmero
han mantenido la pureza de nuestra lengua, examinen el
problema que planteo.
Octavio Paz, quien durante varios años fue colaborador del
mencionado informativo “24 Horas”, dijo: “ ¿Qué le puede
pedir la cultura entendida como diversidad, hoy a la
televisión, este poderoso y prodigioso medio de
comunicación? Pues le podemos pedir solamente una cosa:
que sea fiel a la vida, es decir que sea plural, que sea abierta.
La televisión puede ser el instrumento del César en turno y
así convertirse en un medio de incomunicación. O puede ser
plural, diversa, popular en el verdadero sentido de la
palabra. Entonces será un auténtico medio de comunicación
nacional y universal. Hace años McLuhan dijo que con la
televisión comenzaba el período del global village, la aldea
universal, idéntica en todas partes. Creo justamente lo
contrario. La historia va por otro camino: la civilización que
viene será diálogo de culturas nacionales o no habrá
civilización. Si la uniformidad reinase, todos tendríamos la
misma cara, máscara de la muerte. Pero yo creo lo contrario:
creo en la diversidad que es pluralidad, que es vida”. Hasta
aquí Octavio Paz.
Somos usuarios de un árbol filológico de nutrida fronda y de
sólido tronco. La lengua que martilló en la forja del Quijote
Miguel de Cervantes, sigue disfrutando su riqueza y su
belleza. En cada país conquistado por Pizarro o por Cortés, la
nana o la empleada doméstica, el señor o la prostituta, el
cura o el profesor, van a aportar todos los días una nueva
voz, una nueva inflexión o una nueva interpretación. Las
habrán sacado de su memoria o de la imaginación, de las
lenguas aborígenes que han oído o simplemente del uso
continuado de su propia lengua.
Hace unos años el primer Congreso Internacional de la
Lengua Española, en Zacatecas, fue sacudido por el verbo
agresivo y pícaro de un verdadero iconoclasta con
merecimientos, Gabriel García Márquez. El premio Nobel
convocó entonces a una total revolución de nuestro idioma,
anulando de hecho la ortografía que tanto nos costó
aprender. El Cuarto Congreso Internacional de la
Lengua Española en Cartagena de Indias, se convirtió en un
homenaje por el triple cumpleaños: el de Cien Años de
Soledad, con cuarenta veranos ardientes, el de Gabriel con
ochenta primaveras tiernas y el de su premio Nobel con
veinticinco años de una segunda creación literaria.
En su discurso de reverencia, Carlos Fuentes –luego de un
recuento anecdótico de los tiempos difíciles- expresó su
enorme admiración por García Márquez.
Yo no soy un crítico literario, sino un humilde usufructuario
de la lengua que hablan, pero he leído a ambos.
Me consta que este bello idioma nuestro le debe a los dos, a
Fuentes y a García Márquez, respeto y, sobre todo, lectura:
de esa manera seremos capaces de revitalizar nuestro
lenguaje. Inclusive en televisión.
Muchas gracias.