martes, 31 de agosto de 2010

Los invito a leer una esta conferencia de uno de los personajes más influyentes en el ambito del periodismo de nuestro pais, denostado por unos, elogiado por otros, sin embargo,  es reconocido por su calidad profesional . me parece excelente . Y me refiero a Jacobo Zabludowski


CONFERENCIA INAUGURAL DEL SEMINARIO

INTERNACIONAL SOBRE “EL ESPAÑOL EN LOS

NOTICIARIOS DE TELEVISIÓN A AMBOS LADOS DEL

ATLÁNTICO”

MONASTERIO DE SAN MILLÁN DE LA COGOLLA

(LA RIOJA, ESPAÑA)

26, 27 Y 28 DE ABRIL DE 2007

Señores

P.D. Juan Ángel Nieto,

Prior del Monasterio de Yuso

D. Víctor García de la Concha,

director de la Real Academia Española y presidente de la Fundéu

D. Alex Grijelmo,

presidente de la Agencia EFE y vicepresidente de la Fundéu.

D. Luis Fernández,

presidente de la corporación RTVE.

D. Alejandro Echevarría,

presidente de Telecinco.

D.Francisco González

presidente del BBVA

D. Gonzalo Celorio,

secretario de la Academia Mexicana de la Lengua.

D. Pedro Sanz.

presidente de la Comunidad Autónoma de la Rioja y de la

Fundación San Millán de la Cogolla.

Señoras y señores:

Cogolla me dice la palabra. Cogollo: centro macizo, interior

del fruto de la tierra. Lo mejor, lo escogido. Parte alta de la

copa del pino. San Millán de la Cogolla. Sitio cuyas

resonancias pretéritas me traen los esplendores del verbo

hasta los actuales días de la historia del idioma al cual

pertenecemos. Estar aquí es asomarse a un balcón desde

donde se miran el origen y el tiempo. Es regresar al principio,

al pergamino. Es una aventura hacia la carrera de nuestra

palabra. Es abrazar el códice y la computadora.

En el principio –dice el Génesis- fue el verbo. Y en el curso de

la vida y al final también, diría yo. El último aliento, las

últimas palabras. Por y para eso el verbo se hizo hombre.

Yo soy mi lengua, nos enseñó Unamuno y quizá en esa

síntesis guardaba todos los valores del idioma: a un tiempo

declaración de origen, identidad y también puente hacia el

prójimo. Por las palabras somos, nos conocemos y nos

reconocemos. Por ellas llegamos y dejamos el pensamiento y

el sentimiento. Somos palabra en piedra de catedral, en el

papiro egipcio o en el amate de los indígenas mexicanos.

No ocuparé el tiempo que tan generosamente me han

ofrecido con estas disquisiciones acerca de la palabra como

punto de partida y destino del ser humano. Me han pedido

exponer mis opiniones en torno al lenguaje y los noticiarios

de la televisión.

Como bien saben no puedo presentarme en este simbólico

lugar (ni en otro alguno) sino con mi única credencial: soy

periodista desde hace más de sesenta años y he sido hombre

de la imagen y los medios electrónicos desde el nacimiento

de la televisión en México –como en casi todo el mundo- a

mediados del siglo pasado.

A lo largo de ese tiempo en mi país y en otros he visto cómo

un ingenio de transmisión de imágenes y sonidos se ha

convertido en la realidad paralela de la vida humana. No sé

si en la realidad dominante o en la virtualidad dominada

puesto que los papeles se combinan mientras se desarrolla el

drama.

Si la lectura tempranera del diario fue durante mucho tiempo

–lo dijo Hegel- la oración matutina del hombre

contemporáneo, las horas y horas de televisión son cualquier

cosa menos el sustituto o sucedáneo de la plegaria reflexiva.

La televisión ha cambiado más la percepción y apreciación

del ser humano sobre sí mismo y su sociedad –ahora

sociedad planetaria, aldea globalizada-, que cuanto

pudieron hacerlo todas las invenciones de la historia.

Por eso hablar del idioma, lenguaje, educación y cultura por

televisión en el mismo espacio donde fueron conocidas con

asombro las Glosas Emilianenses, me parece juntar los

anillos del tiempo.

Hace más de mil años en este lugar un monje anónimo dejó

escritas las primeras palabras, las más antiguas que

conservamos de nuestro idioma. Palabras sagradas no tanto

por ser plegaria religiosa a Dios omnipotente sino por su

valor de paso inicial en el camino de la lengua que hoy

hablamos más de 400 millones de habitantes del mundo.

Hace apenas diez días se abrió el Centro Internacional de

Investigación de la Lengua Española, CILENGUA, en su sede

central del monasterio de Yuso. Una muestra de libros

impresos en la Rioja en el siglo 16, ejemplares únicos o raros

y un convenio de colaboración para elaborar el nuevo

diccionario histórico de la lengua española, prueban la buena

salud y la fuerza cada día mayor de nuestro idioma. La

colaboración entre la Real Academia Española, la Fundación

San Millán de la Cogolla y el Instituto de Investigación

Rafael Lapesa es la primera etapa del diccionario histórico.

Los monasterios de Yuso y Suso, declarados hace diez años

patrimonio de la humanidad están siendo rehabilitados como

sede principal de las investigaciones filológicas,

lexicográficas y de rescate de los textos que formarán un

patrimonio bibliográfico y documental.

Frente a esta especie de arqueología literaria establecemos

hoy el vínculo entre el monje anónimo del siglo décimo y la

comunicación sin límites del siglo veintiuno. Nos hemos

reunido para analizar el español en los noticiarios de

televisión de los dos lados del Atlántico. Durante tres días

especialistas en el empleo de nuestra herramienta más

valiosa intercambiarán experiencias y conocimientos en

mesas redondas con temas como “los noticiarios de

televisión y su función de maestros de lenguaje”,

“variedades del español de América en los programas

informativos”, “nuevas palabras en los noticiarios” y “cómo

aprovechar los noticiarios para difundir un lenguaje no

sexista”. El último día se verá la propuesta para crear un

grupo de seguimiento, con miembros de España y

Latinoamérica, que atenderá dudas y establecerá acuerdos

sobre las innovaciones que surjan en el trabajo cotidiano de

los noticiarios de la televisión. Será un trabajo arduo pero

ciertamente divertido, como es todo ejercicio de la

inteligencia y de la cultura. Habrá que ver el tema general

sin prejuicios, sin la actitud en parte defensiva de quienes en

el nacimiento de la televisión señalaron sus deficiencias

como medio de educación, lugar común, deporte recurrente

de la intelectualidad en cualquier parte del mundo.

Se ha llegado a sustentar la idea de la forzada involución del

homo sapiens al homo videns por la manera como el hombre

contemporáneo ha modificado su forma de aprehender y

aprender, a veces, la realidad y la cultura.

Del mecanismo mental necesario para interpretar signos

llamados letras, asociarlos, reconocerlos y comprender su

significado, lo cual implica un mínimo aunque real ejercicio

del pensamiento, a la simpleza de ver todo cuanto otros ya

han digerido por nosotros, hay un notorio cambio en las

potencias de la mente humana.

En ese sentido no me atrevo a decir quien ha cambiado más

a la especie humana, si Robert Adler, inventor del mando a

distancia para el televisor, por cuyo dominio han sucumbido

tantos matrimonios, o Johannes Gutenberg con la

propagación de la imprenta.

Seguramente Adler.

Hoy prefiero ver la televisión como la vio con clara

inteligencia José Luis Martínez quien llegó a pronosticar que

la unidad de nuestra lengua va a ser salvada por la

televisión.

Si se me preguntara cuál es la mayor ventaja de la televisión

(y en esto incluyo también a la radio) diría que su amplitud,

extensión, universalidad, simultaneidad, velocidad,

condición instantánea, aún si se trata de sistema de pago o

de señales satelitales medianamente restringidas. Pero si me

forzaran a decir cuál es su mayor pecado sin duda señalaría

que la incapacidad para ofrecer disculpas por sus errores o

pedir permiso por sus contenidos.

Los medios electrónicos en general nunca nos piden

autorización a los ciudadanos para emitir señales y cubrirnos

con mensajes.

En ese sentido todos somos súbditos de un soberano elegible

entre la variedad de autócratas de la imagen. Y cuando se

equivocan, mal hablan, dicen mal, atropellan a la lengua y a

la lógica (hablar bien es consecuencia de pensar bien), todo

queda como si nada.

Quiero suponer en el principio de la industria la

espontaneidad sencilla e inocente de quien se halla de

pronto con un aparato genial cuyos alcances de

esparcimiento son infinitos.

Ese utópico precursor cree, como posiblemente lo hicieron

los fundadores de las televisoras de todo el mundo, en la

obligación generosa de compartir con la sociedad la

seducción de tal hallazgo mágico por el cual la vida humana

se reduce –o se amplía, según se vea-, a las veintitantas

pulgadas de una pantalla en blanco y negro, como era en ese

tiempo.

Sin embargo la buena fe, si alguna vez la hubo, no ha sido

suficiente.

Las televisoras pronto se dieron cuenta de los alcances de su

poder. La nueva realidad implicaba una nueva axiología

social. La persuasión implícita en la atención de los mensajes

de cualquier tipo, convirtió de pronto a la televisión en la

herramienta comercial más poderosa de la historia. Después

en el actor político determinante del buen éxito de los

demás.

En México se desarrolla todavía un debate para saber si la

democracia a la cual hemos arribado se debe a la evolución

de las instituciones políticas o a la abrumadora presencia de

la televisión en los procesos electorales, cuyo resultado se

dirime en los anuncios y no en el contraste de las ideas.

Hoy mismo el alcalde de la capital del país, la ciudad más

grande del mundo, lucha más por lograr una estación de

radio y un canal televisivo para el gobierno de la ciudad y

menos por resolver la falta de agua en un enorme valle

cerrado sin manantiales.

Hay quienes hablan de la “mediocracia” como la nueva

realidad del poder y proponen para su regulación medidas

opuestas y radicales: liberalizar la compra del tiempo hasta

extremos de salvajismo anárquico, sin supervisión ni

autoridad controladora, o de plano prohibir la propaganda

política a través de los medios electrónicos con lo cual se

acabarían la rabia y el perro.

Para analizar esta situación necesito retroceder unos años.

Cuando en México se inició la actividad de las radiodifusoras

y después de la televisión, la sociedad mexicana era recatada

y conservadora. Estaciones como XEB y XEW lograron algo

nunca antes visto en el país: cubrieron con repetidoras la

República, cosa difícil en un país de casi dos millones de

kilómetros cuadrados con más de 30 lenguas autóctonas y

una muy diversa regionalización cultural. Ustedes en España

saben mucho de esto y no necesito profundizar.

Todavía hoy los habitantes de la zona costera del golfo de

México, por ejemplo, hablan y entienden muchas palabras de

manera distinta de como lo hacen quienes viven en la

frontera norte.

En esas condiciones la incipiente industria necesitaba un

lenguaje simple, llano, común, entendible y sin giros

localistas, comprensible en el aula y en el taller.

Hubo reducción del vocabulario y mesurada entonación

para pronunciar. Surgió entonces una nueva clase

social: el locutor casi siempre engolado y teatral cuyo

mérito no consistía en sus ideas sino en la entonación

musical, impecable fraseo, bien lograda dicción, arte

declamatorio hasta para anunciar cervezas, colchones o

chicles.

En esos tiempos los noticiarios estaban restringidos a

pequeñas cápsulas tomadas de diarios o en algunos

casos a la lectura inclemente y directa de los periódicos

en la cabina.

La radio y su hija ilustrada, la televisión, habían nacido

para el entretenimiento, la música, las canciones, los

programas de aficionados o las emisiones de concursos.

Todo eso como hasta ahora, sin las opciones

informativas.

En términos generales la información televisada no ha

logrado combinar la sencillez idiomática con la

corrección.

A veces todavía despierto con palpitaciones ya que en

sueños me persigue una reportera de mi viejo noticiario

informando del excelente proceso “votativo” en las

elecciones, o describiendo en la plaza de toros a un burel

” beige”mientras pasaba por el ruedo un “colorado” o

“castaño”, como los llamamos en mi país.

Los noticiarios de la televisión pasaron por dos etapas.

Cuando los hacían los periodistas de algún diario y

cuando comenzamos a hacerlos quienes vivíamos en la

empresa televisora. Eso determinó muchas cosas, entre

ellas el uso del lenguaje.

La redacción para medios electrónicos no puede ser

igual a la de los medios legibles (algunos de los cuales

dicho sea de paso son ilegibles). La construcción de las

frases no puede incluir tantas oraciones subordinadas;

se debe usar verbos directos, evitar cacofonías y

sinalefas, se requiere precisión y concisión.

Y si he hablado de las sinalefas, permítanme ustedes

una anécdota de Luis Buñuel, el director de cine.

Cuando filmaba una de sus maravillas, le pidió a Luis

Alcoriza, su amigo y frecuente colaborador, director

como dicen los franceses por sí mismo, un auxilio:

-Cuídame las sinalefas.

Alcoriza se desembarazó del encargo y se lo trasladó a un

ayudante suyo.

Cuando al día siguiente Buñuel le preguntó a Alcoriza, éste

mandó llamar al otro:

¿Cuidaste de las sinalefas?

Y éste respondió:

-Si señor, esas bailarinas vendrán mañana.

Pero los pecados gramaticales y faltas de respeto al

idioma por desgracia van mucho más allá. Los

noticiarios han incorporado a la colección planetaria

de los disparates una dotación incalculable de ellos.

Hay un catálogo de necedades abrumadoramente presentes

y si ustedes me lo permiten daré cuenta de algunas cuya

recopilación me ha permitido enterarme de cuántas personas

se han preocupado a lo largo del tiempo por la necesaria

obligación de cuidar la lengua desde los medios de

comunicación.

-Mañana inician los juegos Olímpicos.

¿Quiénes los inician?,¿los deportistas concurrentes, las

autoridades organizadoras?

La verdad el asunto se resuelve con la adecuada conjugación

del verbo transitivo iniciar: -Mañana se inician-.

Otros se llenan la boca de inflamada denuncia cuando dicen

sobre el comercio callejero: han llenado las calles con una

variada “vendimia”, como si tal palabra significara venta

indiscriminada y no recolección en los viñedos.

La ubicación física de los reporteros es también ocasión de

inútil palabrería. Al realizar un enlace telefónico con su

conductor nos dice el reportero:

-Así es, estamos aquí en lo que es la Plaza de la Revolución.

¿Aquí en lo que es?, ¿Podrá alguien estar aquí en lo que no

es?

Los pleitos mortales contra el idioma casi siempre se

resuelven en favor de la condición más permanente en los

medios: la impunidad.

Impunidad no sólo en el manejo casi siempre intencionado

de la información sino en la forma como de ésta se habla.

Esa impunidad la hemos sufrido desde siempre. Y no, nada

puede suceder desde siempre pues la preposición desde sirve

como principio y si algo esta allí siempre, no tiene principio

ni final. Ni desde siempre ni hasta siempre. Otro tanto

sucede con “el desmentido”. Como acción de desmentir es un

sustantivo femenino por lo cual quien ha reclamado una

inexactitud o una mentira en su agravio, nos ha hecho llegar

una desmentida.

Pero hay quien se despaturra y no se despatarra; ve cómo

algo se pone álgido cuando quiere decir cálido y la palabra

significa

lo contrario, muy frío. Algunos dicen ajuarear cuando deben

decir ajuarar; mencionan sin leve rubor “a grosso modo” sin

darse cuenta de la a sobrante y reclaman atención por un

lapso de tiempo como si hubiera lapsos de cualquier otra

cosa como no sea la temporalidad misma.

Otro de los errores es confundir los sustantivos con los

adjetivos. Dicen sin piedad ni recato: el funcionario fulano de

tal ha sido hallado culpable de cometer “varios ilícitos”

cuando en verdad cometió “hechos ilícitos”.

Hay quien confunde un objeto con un delito, por

ejemplo, cuando a la palabra libelo se la usa como

sinónimo de falacia.

-Lo voy a acusar por libelo, dice furioso un abogado.

Pues no; me acusará por libelista, libelo es un escrito

calumnioso, un panfleto.

Hay quien narra cómo el acusado se puso lívido cuando

el juez le comunicó la sentencia, pero la verdad quiso

decir pálido, pues lívido significa amoratado.

Otro elogia los avances de la economía hindú, pero eso

está mal. Puede ser la economía india, el hinduismo no

es un gentilicio sino una devoción religiosa. Se puede

ser indio (de India) y musulmán, así no todos los indios

son hindúes, sufíes, católicos ni cualquier otra cosa.

En el periodismo de las tragedias se habla mucho de la

hecatombe pero no siempre de manera correcta. La

palabra significa cien bueyes y la matanza de éstos era

un ritual romano. Un asesinato masivo podría por

extensión y similitud llamarse hecatombe, pero no es

tal cuando se desborda una represa.

Hay una confusión entre editor y director de un

periódico, y todo gracias a la influencia inglesa. Editar

es producir en la imprenta, coordinar y determinar

contenidos es dirigir una publicación. No editarla.

Se le llama prospecto (Prospect en inglés) a un posible

cliente, cuando en estricto sentido prospecto es un

folleto con anuncios.

Y así podríamos pasarnos todo el día en la recolección

de dislates, gazapos, inagotables joyas de la

imprudencia. De hecho dicen algunos que cada

generación trae sus neologismos y sus giros. Hoy es

una triste cosa ver cómo se confunde al verbo

interpretar con el verbo leer.

Habla el Jefe del Estado y dice cualquier cosa y los

sesudos analistas provenientes casi todos ellos de las

escuelas anglofílicas, seguidos por los conductores de

programas políticos, nos conminan a interpretar y

preguntan severos:

-¿Cuál es tu lectura del discurso? Y no. Quien le dio

lectura fue el orador, el público lo analiza o lo

interpreta.

Mucho más podría decir de estos horrores, como el

señor cuyo anuncio era: "vamos a rifar una

televisión”, en lugar de un televisor. Pero le veo más

interés a buscar y proponer un remedio.

Las sociedades democráticas deberían tener todas un

“ombudsman” de los medios, aunque sólo fuera para

impedir frases o palabras que siendo correctas se

ponen de moda y sustituyen a las tradicionales.

Carga vehicular en vez de tránsito intenso. Ya nadie

va al hospital, va al nosocomio. Los delincuentes ya

no huyen o escapan, ahora se dan a la fuga, y el agua

ya no es agua sino el vital líquido.

Hace muchos años mi inolvidable y querido maestro

José Pagés Llergo me dijo: hace falta un periódico

para defender a la gente de lo que dicen los demás

periódicos. No necesito agregar algo más.

También considero necesario que haya en el interior

de las televisoras (no al interior, como dicen ahora

los locutores) un vigilante de la palabra, el

equivalente de un corrector de estilo, capaz de

enseñar a hablar a quienes lo hacen sin saber. En eso

rendirá un servicio invaluable al idioma la Fundación

del Español Urgente, nacida con gran oportunidad.

Sólo así la radio hablada dejará de ser la radio mal

hablada y la televisión podrá comenzar una necesaria

e inaplazable labor de cooperación en una mejor

distribución de los bienes culturales, empezando por

el principio: por el respeto a la palabra.

Llegó la televisión y muy pronto, de la mano de Edward

Murrow, en los Estados Unidos, la televisión informativa.

Los países hispanohablantes no tardamos mucho en

asomarnos a ese medio mágico y en hacernos de él.

Hispanoamérica, notablemente México, tiene en la televisión

su fuente principal de noticias.

Dejo de lado el papel del lenguaje de la imagen, que

merecería tratamiento aparte: primero tuvimos que

adiestrar el oído a otra manera de decir las cosas. El lector

de los medios impresos tiene la ventaja de hacer una pausa

en la lectura densa, para regresar al inicio del párrafo y

releer el texto una o más veces hasta que logre descifrar la

complejidad de la información. El televidente y para el caso

el radioescucha, no puede volver a oír las frases que estamos

diciéndole.

Lo que los norteamericanos llaman el span de atención, esto

es el tiempo que podemos dedicar a un objetivo, la

concentración que somos capaces de dedicar a un tema, se

ha reducido de manera impresionante. La velocidad de

nuestra vida ha sido trastornada.

Lo anterior nos obliga a dos constantes de la información

televisiva, que se antojan simples e inevitables vistas a la

distancia: la sencillez y la brevedad. Evitar los términos en

desuso y los relacionados con actividades específicas,

médicas, técnicas, jurídicas, o eludir el rebuscamiento en la

redacción de un texto, es una regla muy fácil de explicar

pero para algunos muy difícil de entender. Por otra parte, la

brevedad de las sentencias permite una más fácil

comprensión, que sustituye a la relectura. No es extraño que

algunos conductores de informativos acudan a la repetición

de frases o conceptos, en un equivalente al subrayado de los

medios impresos.

Al querer o no, hemos tenido que incorporar a nuestra habla

términos como videotape, zoom, panning, spot, time slot,

floor manager y tantos otros. Recuerdo cuando España se

resistía a esa invasión lingüística e insistía en usar en lugar

de los vocablos anteriores, videocinta, acercamiento,

recorrido, aviso, horario y regidor de piso.

Tal vez en España se les siga usando, pero ¿con qué palabras

vamos a sustituir el chat, el fax, el forward, el cut and paste,

el full track o el rendering? Para mi tengo que son más

discutibles los términos chatear, forwardear o faxear, que de

todos modos ya están incorporados a nuestro idioma.

Después de todo, al menos en América, toda la revolución

tecnológica viene del Norte y con ella su nomenclatura.

Aún cuando en otras mesas de esta reunión se hablará sobre

neologismos vinculados a la tecnología contemporánea,

quiero mencionar así sea brevemente un caso: el neo

lenguaje, o meta-lenguaje producido especialmente por y

para los jóvenes que se comunican con mucha frecuencia por

el “chat” de las computadoras domésticas o de las cafeterías

Internet. Esta nueva forma de comunicación se ha extendido

a los teclados de los teléfonos móviles o celulares como les

llamamos en México. Digitar frases largas en los minúsculos

teclados es tedioso y complicado. Entonces en lugar de

escribir “que”, los jóvenes ponen sólo una “Q”. Para no

escribir “Te quiero mucho”, ponen las letras T-Q-M. Nada de

“por favor”, no, con una “x” como signo aritmético de por y

un simple “fa”, ya saben el significado.

Señoras y señores, queridos amigos

En el otoño de 1980 el décimo aniversario de un programa de

la televisión mexicana congregó a un grupo de académicos

de la lengua, literatos, filólogos, novelistas, catedráticos,

periodistas de España y América, en la Universidad de

Salamanca. Hoy, 27 años después, al revisar la memoria de

aquella reunión, me asombra el número y la calidad de los

invitados, quienes durante tres días rindieron homenaje a la

lengua española y estudiaron la forma de fortalecerla en el

lugar de su más sólida tradición. El programa era un

informativo a mi cargo llamado “24 Horas” transmitido por

Televisa desde la ciudad de México, que habría de

permanecer en el aire muchos años más, hasta cumplir casi

30.

Entre los asistentes se encontraban don Dámaso Alonso,

presidente de la Real Academia Española, Pedro Amat, rector

magnífico de la Universidad de Salamanca, Fernando Lázaro

Carreter, Juan José Arreola, Luis María Ansón, Juan Rulfo,

Camilo José Cela, Álvaro Mutis, Víctor García de la Concha,

José Luis Martínez, Hugo Latorre Cabal, Francisco Monterde,

Miguel Delibes, Andrés Henestrosa, Torcuato Luca de Tena,

Francisco Umbral, Gonzalo Torrente Ballester, Jesús

Hermida, Silvio Zavala y presidentes de Televisa

encabezados por Rómulo O´Farrill y Miguel Alemán Velasco.

Hoy inauguramos en este lugar donde nació nuestro idioma

un Seminario con la misma intención, la de examinar el

estado de salud del lenguaje frente a la fuerza de la

televisión en el mundo. El recuerdo de Salamanca me parece

oportuno en cuanto a dos características singulares: la

primera, que un programa de la televisión de un país de

América hispana mostrara esa preocupación por el idioma,

principal herramienta de nuestro oficio. La segunda la

similitud de las soluciones que entonces y hoy son

propuestas. Ya se hablaba en Salamanca 80, nombre de

aquella reunión, de la necesidad de un sistema del español

urgente.

Fui invitado como ponente con el tema “El idioma español

como vínculo de unión”. Presenté mi trabajo nada menos

que en el aula Miguel de Unamuno. Han transcurrido casi

tres décadas y hoy lo recuerdo con la misma emoción. En la

primera fila del público se encontraba Camilo José Cela.

Después de las breves palabras de introducción por parte del

joven maestro de la lengua española que presidía junto a mí

el acto, Camilo dijo: “¿Podría tener la palabra un momento?

Es para que conste mi protesta por el nombre que se le da a

la función que usted tan brillantemente acaba de presentar.

Confío en que precisamente en esta ponencia, donde vamos

a hablar del idioma español como vínculo de unión, el

moderador nada tenga qué moderar.

Quiero expresar que el nombre que debería recibir será el de

presidente, puesto que, al no sacar nadie, como creo que

nadie sacará los pies del plato, no tendrá usted qué hacer

como tal

moderador. Querría que, luchando por la unidad del idioma,

empezásemos por hablarlo con corrección y respeto”.

El moderador le contestó a Cela de la siguiente manera:

“Evidentemente que mi función, como la del resto de

moderadores, no es tanto de moderar, cuanto de presidir.

Sin embargo yo quisiera precisar que en efecto la función es

de presidente, pero como la de moderador deriva en este

caso, pienso, de un latinismo muy pervivente, porque el

moderador era realmente en todas sesiones académicas el

preses es decir, que en las reuniones académicas el nombre

de moderador no me desagrada, aunque lo veo desprovisto

de la función de moderar en sentido de quien tiene que

poner coto a alguien que se desmanda. Pero en cambio

encierra esa connotación de “moderator” quien en las viejas

aulas salmantinas y en toda la universidad tenía siempre el

presidente de una reunión

académica que era latinamente designado como “moderator”

o “supremus moderator”.

Esta breve respuesta hecha a bote pronto sólo pudo

formularla un hombre de la cultura de Víctor García de la

Concha, con quien desde entonces me liga una estrecha

amistad. Creo que durante la gestión de Víctor García de la

Concha en la dirección de la Real Academia Española la

institución se amplió y profundizó. Logró modernizar sus

objetivos y en unos cuantos años se multiplicaron los

trabajos de la Real y de las otras 21 academias del mundo

hispánico, se publicaron nuevos diccionarios, se difundió

todo lo que contribuye a cumplir con el lema de la Real casa

y a unificar a todos los que hablamos nuestra lengua. La

presencia de Víctor García de la Concha al frente de la

institución es, sin duda, una de las más fructíferas de su

historia.

El recuerdo del diálogo de Víctor con Camilo no es una

evocación trivial. Confirma la sabiduría de ambos y su

común preocupación por el cuidado en el uso de nuestras

palabras.

El Norte es una constante básica en América Hispana. Es un

imperativo tomar en cuenta en el mapa lingüístico de la

noticia televisada a los habitantes de un importante país

hispanohablante, el de los inmigrantes multinacionales que

viven en el territorio de la primera potencia del mundo.

Mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños, nicaragüenses,

hondureños, peruanos, dominicanos, boricuas, argentinos,

colombianos, venezolanos y otros.

Durante los últimos veinte años, las televisoras que

transmiten en español en ese territorio han tenido un

crecimiento notable y sus programas informativos han

incrementado su importancia. No es solamente que nuestros

connacionales quieran saber lo que pasa en sus lugares de

origen; es que quieren oír su propio idioma a diferencia de

las inmigraciones de los años veintes del siglo pasado, en

que los checos, alemanes, polacos y rusos que huían del

hambre europea comenzaban a integrarse a su nueva patria

adoptando el lenguaje del lugar, los hispanohablantes

conservan su vínculo lingüístico, aunque inevitablemente se

contamine con el habla del lugar.

El particular idioma español que se habla en los Estados

Unidos, en el que aplicación sustituye a solicitud, aseguranza

se usa para decir

seguro y calificar quiere decir estar apto para algún trámite,

forma parte del lenguaje cotidiano de los medios

electrónicos en Norteamérica. Puede parecernos una

colección de barbarismos y vicios del lenguaje, aunque no

podemos ignorar que es un idioma que cumple con su

función de amalgama social y que debe ser tomado en

cuenta con sus aportaciones a nuestra lengua común.

Es insoslayable llamar la atención sobre los hispano

parlantes de los Estados Unidos, con características que

hacen a este grupo distinto al resto de quienes hablan

nuestra lengua. Son calificados y en realidad lo son como

inmigrantes ilegales, indocumentados, trabajadores

ocasionales y de otras formas adecuadas a sus condiciones

diversas. Es oportuno preguntarnos cual es el futuro de este

nutrido núcleo de hombres, mujeres y niños que hablan

español. Propongo que dediquemos atención especial al

estudio de este fenómeno para impedir la desaparición del

idioma mismo, porque mientras en otros sitios nos

enfrentamos a una penetración de vocablos aislados allá, en

los Estados Unidos, el riesgo es la absorción de un idioma por

otro mayoritario. Recordemos el caso de las Filipinas y, para

no ser prolijos, el de quienes hasta hace poco hablaban

ladino en lugares de Grecia y Turquía. Esta semana le

pregunté a doña Carmen Calvo, Ministra de Cultura de

España cuál es el futuro del español en Estados Unidos. La

respuesta de la señora Calvo fue rotunda: cada vez será más

hablado, no corre riesgo alguno, sólo puede crecer y

fortalecerse, me dijo. No cometo la falta de respeto de

poner en duda lo dicho por la señora ministra. Sin embargo

nunca está de más hacer labor de abogado del diablo y

recetar una cura en salud, que a nadie le viene mal. Un

ejemplo dramático con aspectos similares al del español

actual en los Estados Unidos es el del yidish. Entre 1890 y

1910 arribaron a los Estados Unidos doce millones de judíos

de la Europa Oriental cuyo idioma era el yidish. Entre 1910 y

1920 en el east side, un barrio de Nueva York, habitaban

más judíos que en cualquier ciudad europea. En la segunda

avenida todas las noches levantaban su telón cinco teatros

en yidish. Circulaban cuatro diarios y centenares de revistas

en yidish. En cines siempre llenos se exhibían películas

producidas íntegramente en yidish. Varias radiodifusoras no

empleaban otro idioma. Cientos de miles de habitantes del

barrio nunca aprendieron otra lengua. Se establecieron

imprentas y editoriales y al funeral del escritor Sholem

Aleihem fueron tantos de sus lectores que no cupieron en las

calles. Hoy, cien años después, no hay un solo diario, una

sala teatral o cinematográfica, las películas en yidish son

curiosidades poco visitadas de las filmotecas, no hay

librerías y si queda alguna carnicería kosher en ella no se

habla yidish. ¿No es posible que algo similar pueda ocurrir

con los hispanoparlantes que hoy se entienden y

desentienden en español en Estados Unidos? Pregunté a

algunos judíos de Nueva York qué había pasado. El

holocausto que con el asesinato de millones de judíos

asesinó también al yidish europeo, no influyó en la agonía

del yidish en Estados Unidos, que tenía instituciones

culturales autónomas y una infraestructura que no dependía

del judaísmo europeo. La respuesta más frecuente que oí

fue: el yidish empezó a desaparecer cuando dejamos de

hablarlo en casa. El Consejo Nacional de Población de los

Estados Unidos reconoce 28 millones de personas de origen

mexicano. De esos 28 más de 17 millones nacieron en los

Estados Unidos. Agregue usted que el grupo llamado

Hermandad Mexicana afirma que hay 12 millones de

indocumentados. Otros calculan el doble. En total unos 50

millones. La primera generación de los nacidos en Estados

Unidos es bilingüe. La segunda generación empieza a

abandonar el español porque es el inglés la llave para abrir

puertas de empleos y oportunidades primarias. La tercera

generación habla sólo inglés en el ámbito familiar. Como en

todos los fenómenos sociales las comparaciones entre uno y

otro son relativas, dependen del momento y el lugar y

aunque no se dan con la exactitud de las operaciones

aritméticas, ofrecen lecciones que no pueden ser ignoradas.

De aquí a fin de siglo el español de Estados Unidos puede

haber corrido la suerte del yidish. Sobre todo cuanto tiene

que defenderse de políticos como Newt Gingrish que no es

un político cualquiera, fue presidente de la Cámara de

Representantes y puede llegar a presidente de los Estados

Unidos si primero se realiza su aspiración de ser candidato

republicano el año próximo. Dijo Gingrish que el castellano

es el idioma del gheto y para aclarar agregó: “lo que quise

decir es esto: en Estados Unidos es necesario hablar bien el

inglés para poder progresar y tener buen éxito” y remató así:

“se deben reemplazar los programas de educación bilingües

por cursos intensivos de inglés, para que este sea el idioma

común”.

Observamos contra el español en Estados Unidos la inercia

intrafamiliar y la agresión periférica. No son buenos los

síntomas. Y si alguien considera éste un tema menor,

debemos recordarle que hablamos de un número de

hispanoparlantes que supera con mucho al de los habitantes

de toda España. Apenas estamos a tiempo de empezar una

defensa de nuestro idioma en cada hogar donde se hable en

los Estados Unidos. No tengo remedios fáciles ni soluciones

sencillas. Es una asignatura pendiente para todos nosotros y

propongo respetuosamente a los aquí reunidos,

representantes de las agrupaciones que con tanto esmero

han mantenido la pureza de nuestra lengua, examinen el

problema que planteo.

Octavio Paz, quien durante varios años fue colaborador del

mencionado informativo “24 Horas”, dijo: “ ¿Qué le puede

pedir la cultura entendida como diversidad, hoy a la

televisión, este poderoso y prodigioso medio de

comunicación? Pues le podemos pedir solamente una cosa:

que sea fiel a la vida, es decir que sea plural, que sea abierta.

La televisión puede ser el instrumento del César en turno y

así convertirse en un medio de incomunicación. O puede ser

plural, diversa, popular en el verdadero sentido de la

palabra. Entonces será un auténtico medio de comunicación

nacional y universal. Hace años McLuhan dijo que con la

televisión comenzaba el período del global village, la aldea

universal, idéntica en todas partes. Creo justamente lo

contrario. La historia va por otro camino: la civilización que

viene será diálogo de culturas nacionales o no habrá

civilización. Si la uniformidad reinase, todos tendríamos la

misma cara, máscara de la muerte. Pero yo creo lo contrario:

creo en la diversidad que es pluralidad, que es vida”. Hasta

aquí Octavio Paz.

Somos usuarios de un árbol filológico de nutrida fronda y de

sólido tronco. La lengua que martilló en la forja del Quijote

Miguel de Cervantes, sigue disfrutando su riqueza y su

belleza. En cada país conquistado por Pizarro o por Cortés, la

nana o la empleada doméstica, el señor o la prostituta, el

cura o el profesor, van a aportar todos los días una nueva

voz, una nueva inflexión o una nueva interpretación. Las

habrán sacado de su memoria o de la imaginación, de las

lenguas aborígenes que han oído o simplemente del uso

continuado de su propia lengua.

Hace unos años el primer Congreso Internacional de la

Lengua Española, en Zacatecas, fue sacudido por el verbo

agresivo y pícaro de un verdadero iconoclasta con

merecimientos, Gabriel García Márquez. El premio Nobel

convocó entonces a una total revolución de nuestro idioma,

anulando de hecho la ortografía que tanto nos costó

aprender. El Cuarto Congreso Internacional de la

Lengua Española en Cartagena de Indias, se convirtió en un

homenaje por el triple cumpleaños: el de Cien Años de

Soledad, con cuarenta veranos ardientes, el de Gabriel con

ochenta primaveras tiernas y el de su premio Nobel con

veinticinco años de una segunda creación literaria.

En su discurso de reverencia, Carlos Fuentes –luego de un

recuento anecdótico de los tiempos difíciles- expresó su

enorme admiración por García Márquez.

Yo no soy un crítico literario, sino un humilde usufructuario

de la lengua que hablan, pero he leído a ambos.

Me consta que este bello idioma nuestro le debe a los dos, a

Fuentes y a García Márquez, respeto y, sobre todo, lectura:

de esa manera seremos capaces de revitalizar nuestro

lenguaje. Inclusive en televisión.

Muchas gracias.

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Customized and Adapted by vlahell.com diseño web |